Vicente Ramos
Xll-94
Texto extraído del catálogo de la exposición de Enrique Lledo en la sala de exposiciones de la CAM
Alicante, del 10 al 30 de Enero de 1995
Viva está en mí aquella mañana de encendida primavera, cuyo jubilo compartí con Enrique Lledó en Benisa, hace ya cuatro décadas.
Exultante de ilusiones y de fundadas esperanzas, mi amigo no sólo me ilustró acerca de las huellas históricas de la villa que atesora la "Catedral de La Marina", sino que también me enseñó los prodigios de su tierra iluminada. Y me habló de las gamas de los morados y de los grises, así como de la gloria de los azules que se desvanecían, melancólicos, en olas violáceas. Su palabra pintaba cuadros imaginados que se plasmaron no mucho más tarde en admirables realidades.
Y con ellos triunfó, y alcanzó para Cristal un primer premio y Medalla de Plata (1960), y, para lnterior, una Palma de Oro (1963).
Enrique Lledó pertenece a la estirpe de los grandes artistas alicantinos, amadores de nuestra tierra, de nuestro aire diáfano y de esa luz nuestra que semeja cincelar con dedos angélicos todos los contornos, todo cuanto es.
Genial triunvirato artístico de este linaje lo constituyen Miró, Esplá y Varela. (De este, al morir el á de enero de 19s1, rindió Lledó un emocionado tributo).
Proclamó Enrique en 1960 que Varela significa para él algo así como la raíz de su concepción estética. La confesión le honra, pero yo más bien creo que uno y otro son raíces hermanas, nacidas del seno fecundísimo de esta tierra nuestra, que, como dijo Miró, "no la trocaríamos por la más abundante. Tierra nuestra por la que aprendemos a sentir y a interpretar el paisaje en su desnudez y aun en su carne viva; tierra de cumbres azules, y de cumbres pá1idas como frentes; tierra morena como nuestro pan, y no hay pan como el de casa."
He aquí la razón ultima del arte de Enrique Lledó, quien, en La Marina, en Busot o en el valle de Guadalest, siente, al igual que Federico, el pintor de La novela de mi amigo, de Miró, cómo, "en lo más íntimo de los árboles, de la tierra, del cielo, de las aguas, entra nuestra alma como la abeja que se anega en la delicia de una flor''.
De esa comunión espiritual surge incuestionablemente el esplendor de su obra perdurable.